sábado, 8 de enero de 2011

La ira necesaria

Los parques públicos de Sarajevo, Mostar y otras ciudades de Bosnia-Herzegovina, están llenos de tumbas de jóvenes soldados —siempre permanecerán jóvenes— entre las que juegan los niños. Son los muertos de la ira. La noche de los cristales rotos con la quema de miles de libros, el saqueo de tiendas y secuestro de judíos, en la Alemania de 1938, marca el inicio de la ira colectiva, ruidosa, silenciosa o cómplice, que desembocará en el Holocausto. Los Tribunales de la Santa Inquisición practicaron la ira de la intolerancia. Los colonizadores llevaron a América la cólera de la avaricia y con ella la destrucción. Está la más temible: la oculta, la solapada, la que habita y se confunde con la envidia o los celos y se manifiesta de manera sutil e hiriente. Una palabra poco extensa en la forma pero insondable en el contenido. Se la puede categorizar, estructurar, organizar, codificar, analizar desde el punto de vista psicológico, psiquiátrico, sociológico, o lingüístico. Casi siempre, ligada a esa connotación que Séneca denominó como la pasión más sombría. Sin embargo, la ira posee, también, una vertiente catalizadora, capaz de actuar como una argamasa con la que edificar construcciones sólidas, estéticas y creativas.

Es la ira necesaria para concienciarnos frente a la injusticia —en su acepción más amplia— ante la violación de los derechos humanos, los crímenes de guerra o Estado, las desigualdades sociales y todo tipo de violencia. Sin esa espoleta interior que inflama los mecanismos de posicionamiento y acción, difícilmente la humanidad hubiera avanzado en la lucha y logro de derechos políticos, sociales, laborales… que conforman el Estado del bienestar tan asediado en estos momentos.
Interesante resulta la transfiguración de un sentimiento arrebatador, destructivo y de imprevisibles consecuencias, en relato, poema, novela, teatro, ensayo o guión. Pasión que ha servido para elaborar, desde la Grecia clásica hasta la actualidad, personajes, historias, escenarios, capaces de conmocionarnos a través de los sinuosos senderos de la creación literaria. Y un ejemplo solvente son las hermanas Brontë. Pero también puede aparecer de forma explícita en títulos como el poema Los Hijos de la ira de Dámaso Alonso, la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, el ensayo Ira y tiempo de Peter Sloterdijk. La narrativa y la poesía están salpicadas en primer plano, de soslayo, sugerida, deducida, intuida, de manera subliminal, en obras completas, en párrafos, frases, fragmentos, de esta emoción humana desbordada. Y en ese sentido William Faulkner, partiendo de un verso perteneciente a Macbeth de Shakespeare, nos lega, valiéndose de la ira más vehemente, una de las mejores novelas de todos los tiempos El ruido y la furia.

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