lunes, 10 de octubre de 2011

Estación de otoño

Si sangrara no dudaría que me hubieran asestado dos puñaladas, una en la garganta y otra en el estómago. Respiro hondo para detener la zozobra que me agita. No dejo de dar vueltas como un reo por una habitación donde reina el desorden de sillas desubicadas y ese espejo iluminado por el que asoma mi rostro a intervalos regulares. Y me devuelve la barba albeada por el tiempo y las líneas roturadas sobre la piel por los hombres que he sido.  Y en esta noche ha regresado aquel que creí enterrado. Pronto llegará el final. Compruebo en el reloj de cadena que ya debo salir de la estancia. Camino por un angosto pasillo que desemboca en la sala. Suena el timbre de la puerta, abro y es Nora que lleva un libro entre las manos. Su menudo cuerpo se abalanza sobre mí y me abraza. La aparto, no debías haber venido a estas horas. Entra y se coloca cerca del sillón, junto a la mesa. La luz tenue nos reduce a dos figuras. Sí, es arriesgado pero sé que tu mujer está de viaje y últimamente te noto frío y huidizo, ¿te molesta que haya querido verte? Claro que no,  pero no se lo digo.