Se llamaba Cenicito y era el gato de mamá. Tenía el color del humo en la Noche de San Juan. Sus pasos parecían flotar sobre la hierba y su cuerpo era de una levedad elegante. Cuando miraba, desde sus ojos esmeralda y musgo de invierno, buscaba palabras. Esa voz que lo anclara a la casa, al jardín, a la siesta tranquila bajo los rosales. Cuando mamá enfermó, él se apostaba en la ventana a la espera de una puerta abierta para entrar. Y trepaba a su cama y, como el mejor artista del Circo del Sol, desplegaba todo su repertorio de piruetas, doble saltos, volteretas …, hasta que mamá sonreía.
Cuando ella se fue, como nosotros, la buscaba incesante, entre maullidos y mirada desesperada. Se volvió bohemio y callejero. Pero siempre que yo regresaba a la casa familiar, él me esperaba detrás de la cancela o sentado sobre un muro en pose de modelo de calendario gatuno. Se desperezaba, saltaba, y me regalaba algunas de sus contorsiones, no tantas y ni tan variadas como las que le hacía a mamá, pero sentía su alegre bienvenida. Después, como un espectador de un partido de tenis, se apostaba en una posición estratégica, desde la que seguía las conversaciones familiares. Y antes de marcharse, posaba sus manos sobre mi muslo, levantaba la cabeza, me miraba a los ojos, y emitía un maullido casi inaudible. Era su manera de decirme lo contento que estaba por verme.
En el verano de 2017 su salud se resintió y pronto supimos que padecía leucemia. Las radiografías pusieron al descubierto los numerosos balines que recorrían su cuerpo. Salvajada perpetrada por algún depredador inhumano. Sus ojos de monte verde se volvieron una desconsolada despedida. Regresar a la casa familiar era para mi un continuo sobresalto. Temía no ver su figura mullida sobre el muro. Octubre, otoño descarnado, fue su último mes. Se marchó el 20, curiosamente el mismo día del cumpleaños de mamá.
Ha transcurrido casi un año y, en todo este tiempo, no he sabido despedirme del Cenicito. Ni escribirle unas palabras, esas que tanto le gustaba escuchar. Ahora, algunas noches, miro al cielo. Y cuando veo pasar una brizna de nube gris cerca de una estrella, imagino que es el Cenicito con sus cabriolas ante la sonrisa de mamá.