Tlatelolco
El mercado de Tlatelolco hervía en aromas, plumajes, en rojos intensos, en añiles, verdes selváticos, amarillos como el oro de Moctezuma. Y en ese marasmo de indígenas, cestas de frijoles y maíz descubrí tu rostro azteca, oval, broncíneo. Quise extender la mano y acariciar la textura de tu piel, pero turistas japoneses me lo impidieron ávidos por fotografiar este mural de Diego Rivera.
Kafka nos miraba desde la portada del libro. Tu voz lamentosa como un bolero caía en cascada entre los dos. Me refugié en tus ojos de océano. Hice senderismo por cada una de las líneas que bordeaban tus labios y después me perdí en el laberinto de tu espesa cabellera. Cuando me encontraron, la cafetería ya estaba vacía y tu rostro ancho se había disuelto en el café.
Dicen que el mundo se ha terminado. Que el sol se fugó con las nubes y los ríos se volvieron estériles. Aseguran que los mares se hundieron y las cordilleras se precipitaron laderas abajo. La noche apagó las estrellas y la luna murió. No lo sé. Tus ojos achinados me impiden ver.