domingo, 19 de febrero de 2012

Él




Tlatelolco

El mercado de Tlatelolco hervía en aromas, plumajes, en rojos intensos, en añiles, verdes selváticos, amarillos como el oro de Moctezuma. Y en ese marasmo de indígenas, cestas de frijoles y maíz descubrí tu rostro azteca, oval, broncíneo. Quise extender la mano y acariciar  la textura de tu piel, pero turistas japoneses me lo impidieron ávidos por fotografiar este mural de Diego Rivera.

Soluble

Kafka nos miraba desde la portada del libro. Tu voz lamentosa como un bolero caía en cascada entre los dos. Me refugié en tus ojos de océano. Hice senderismo por cada una de las líneas que bordeaban tus labios y después me perdí en el laberinto de tu espesa cabellera. Cuando me encontraron, la cafetería ya estaba vacía y tu rostro ancho se había disuelto en el café.

Mirada

Dicen que el mundo se ha terminado. Que el sol se fugó con las nubes y los ríos se volvieron estériles. Aseguran que los mares se hundieron y las cordilleras se precipitaron laderas abajo. La noche apagó las estrellas y la luna murió. No lo sé. Tus ojos achinados me impiden ver.


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domingo, 12 de febrero de 2012

En el atardecer


Una ráfaga de aire cálido le vuela la gorra de capitán a Ernesto Mendoza. Se tambalea en su barca Mar de Estrellas mientras intenta cazarla al vuelo. A pesar de sus acrobacias y contorsiones no logra atraparla. Cae al agua y navega sin timón arrastrada por la corriente. Su quilla la forman el ancla y los galones dorados. El marinero tozudo intenta pescarla con un garfio pero la gorra surca libre sin nadie que la gobierne. Ernesto rema con las fuerzas de un lobo de mar curtido en las tormentas. El sol reverbera en sus cabellos blancos que se izan como velas. La piel de brea de días de salitre y sol brilla en el ocaso. La gorra singla hacia alta mar y el capitán boga sin descanso. Pareciera que su propia vida se aleja con ella. Pese a los años, y que ya apenas sale a pescar, aún conserva la fuerza para aumentar los nudos de la embarcación que va errática o esquivando los remolinos que salpican la mar.

Agradecimiento



Quiero agradecer al  escritor, profesor y comunicador onubense Diego Lopa Garrocho la deferencia que ha tenido publicando en su magnífico y prestigioso blog Del rosa al amarillo uno de mis relatos La viajera de invierno

Es para mí un honor participar en su espacio donde la poesía, las colaboraciones y las múltiples actividades culturales e intelectuales del  autor de Las caras de Huelva o El hombre que nunca existió, se dan cita.

Gracias y estoy muy feliz de que se reciba mi relato en un lugar tan acogedor y de tan excelente literatura

domingo, 5 de febrero de 2012

El vigilante de los cielos




La lluvia en los hoteles no tiene sonido. Se la ve cortando el aire o danzando al ritmo del viento. Abrillantando las fachadas de los edificios o entelando la noche. Y por más que aguzara el oído solo escuchaba las voces del pasillo. Terminé de retocarme la línea de los ojos y bajé a cenar. Me ofrecieron una mesa desde la que seguir contemplando el invierno. Mi rostro quedó suspendido frente a la calle y el ventanal me devolvió una expresión ausente y me sonreí. El carmín se expandió y mi cara pareció aligerarse de las valijas del pasado. Sentada en un archipiélago de mesas ocupadas o vacías, observé de soslayo al resto de los comensales. Allí se congregaban las parejas jóvenes y cómplices, las de mayor edad que comían en silencio y sin mirarse. No faltaba la familia bulliciosa, ni los huéspedes solitarios frente a su copa de vino. Brindé a la nada.

¿Tiempos difíciles para las bibliotecas?


La sociedad tecnológica, enredada en los laberintos de la comunicación digital y virtual, se ha ido anquilosando y, al mismo tiempo, ha perdido la flexibilidad de sus articulaciones mentales. El pensamiento expulsado al ostracismo y la reflexión clausurada por lentitud, han propiciado que el dogmatismo se instale como verdad absoluta sin apenas contestación. Así, acostumbrados a la inmediatez y a lo instantáneo, la dialéctica se considera una reliquia del siglo XIX.  Y en ese escenario emergen agoreros, sibilas mal documentadas, adivinadores iletrados que vaticinan el fin de la biblioteca. Como si el advenimiento de los nuevos formatos electrónicos requiriera tanto espacio como para aniquilar todo el peso que soportan los anaqueles ¿Se aproxima la biblioteca tradicional al cierre por incompatibilidad con los nuevos accesos a la cultura? ¿Se transformará en un lugar de visitas como la casa museo de un escritor? Su evolución histórica parece contradecir a quienes les auguran una muerte cercana.