La plebe, ignorante hasta de sí misma, dice de mí que soy un hombre arisco, solitario y misántropo. Aunque sé que existe un sector que me considera un homosexual retraído. Y esa concienzuda tesis la han establecido en sus múltiples cenáculos dialécticos desde los que han difundido esta presunta verdad irrefutable por mi propio comportamiento. De alguna manera, he disfrutado de sus proclamas erróneas y, a lo largo de estos años, mi actividad en la sombra los ha vuelto confiados en sus convicciones. Sorprende que, un grupo de ciudadanos, presten atención a la anodina vida de un viejo profesor de latín.
Mis hermanos, Paulo y Remigio, se fueron de casa cuando consumaron sus ayuntamientos respectivos. Pasado un tiempo murió mi padre y más tarde mi madre. Cohabité, desde entonces, con los silenciosos gatos Adriano, Aurelio, Nerón, Pompeyo, Augusto y, ahora, Mesalina. Estos últimos inquilinos son los únicos que me conocen.