domingo, 10 de julio de 2011

Voz de mar

El mar se abre ante la quilla del barco como una mujer se expande bajo su amante y se hace espuma revoltosa que amaga con trepar por las paredes del casco rojo óxido. Palabras secuestradas por el viento caen a mí alrededor y me alejan de la contemplación del océano herido. Fragmentos de frases vienen y van y no sé de quién provienen. El aire salado azota cuando los rayos del sol descienden fláccidos, limonados y me obligan a buscar abrigo. A medida que avanzo por cubierta la voz es más nítida, incluso grita, paso a su lado y no me ve. Es una mujer entrada en años, alejada de los cincuenta y merodeando por la década siguiente. Su rostro no se contrae, la piel permanece tensada y recubierta de una pátina grasienta de la que parece refulgir bajo una amplia pamela. Sus manos son huesudas rematadas por unas uñas largas de esmalte blanco y en su dermis el tiempo ha cumplido su venganza pintándolas de pecas; con una aprieta el teléfono contra el rostro y con la otra sostiene un cigarrillo que se deshace en cenizas. Está sentada en una hamaca y si no estuviera a cubierto de unas grandes gafas de sol italianas aseguraría que su mirada se pierde en la cada vez más desdibujada costa. Me resulta familiar, como si la conociera de algo o la hubiera visto antes, es el timbre de su voz aguardentosa el que me permite identificarla; sí, es Nora Valentín, aquella estrella de cine y de teatro tan popular en los años ochenta.