Graznidos de alcaravanes se multiplicaron en el eco del barranco en aquella noche calurosa. Algunas piedras del sendero se despeñaban cuando tropezábamos entre las sombras que dejaba la luz del candil. Fantasmas de higueras trepaban por la ladera. Raúl arrastraba los pasos y, de vez en cuando, tenía que empujarlo con los cañones de la escopeta. La cabeza le bailoteaba hacia delante y las manos atadas a la espalda le temblaban. El grito de los pájaros arreciaba con el gimoteo de mujer asustada que emitía el poeta. ¡Más rápido cobarde! le gritaba. Él quería retrasar la llegada a la boca del cráter.
domingo, 29 de enero de 2012
domingo, 8 de enero de 2012
La bandeja de cristal
La
tarde envejeció pronto y a las cuatro la niebla se deslizó por los jardines y
sitió la casa. Me senté junto a la ventana a contemplar las ramas de los sauces
como si estuvieran nevadas. Abrí un libro de poemas de García Lorca pero ni
siquiera terminé el primer verso. Alguien llamó a la puerta. Era mi vecina Mili
que traía galletas de jengibre recién hechas. Me pidió que las colocara en una
bandeja de cristal tallado que usaba mi abuela. Yo no la recordaba. Mili que ya
bordeaba los setenta insistió. Ella me ayudaría a buscarla. Subimos al desván.
Rodamos y abrimos cajas de las que salieron postales, cartas, las gafas del
abuelo, los trofeos de natación del tío Horacio, fotos antiguas.
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