domingo, 27 de marzo de 2011

La otra película

La mar se fue. A un lado fulgen las piedras tersas como la piel de un bebé, al otro, la arena empapada que escapa de las olas, y seca y voladiza la más cercana al malecón. Apago las luces de la terraza y me dispongo a esperarla con la copa de cava en la mano. El parto se inicia en el horizonte, llega en forma de cuña amarilla sangrante. La superficie rugosa del mar se queda al descubierto a medida que la luna escala el cielo, sin prisa, nunca en vertical, desplazándose hacia el oeste como si naciera cansada y ya quisiera tumbarse a un lado. Desplegada y después de diluir las estrellas de su alrededor, ilumina el teléfono que yace moribundo pero expectante. El mar al fondo, abierto como un vestido beige de Ginger Rogers en el instante de elevar un paso de baile en la oscuridad. La ciudad, en medio, con sus edificaciones satinadas de gris y picadas de cuadraditos luminosos y discontinuos como fogatas cubistas en la noche de San Juan. Y la llamada en silencio. Él, sentado junto a ella, bajo los cambiantes destellos de la proyección.

domingo, 20 de marzo de 2011

La mirada que vuelve

La cortina se asomaba al jardín y volvía a retroceder impelida por la corriente que se establecía entre la puerta abierta de su dormitorio y el exterior. Observada desde mi posición, al otro lado de la calle, adquiría cierto ritmo a medio camino entre danzón y cumbia. Abrí la cancela y caminé unos pasos por la vereda pedregosa que conducía a los escalones de la entrada principal. La casa evocaba reminiscencias coloniales del sur de Estados Unidos. El padre del dueño procedía de Cuba pero buena parte de su vida había transcurrido en La Luisiana. Así que cuando se trasladó a Canarias, a mediados de los años veinte del siglo pasado, se hizo construir esta mansión. El aroma a azahar se mezclaba con el de los geranios y las buganvillas. Antes de pisar el primer peldaño, la puerta cedió y de su interior emergió una mujer labrada por el tiempo, de cabellera gris abundante y con el rostro biselado por vestigios de rutas horizontales en la frente y en todas direcciones, por el resto de la cara. Me identifiqué como la doctora que sustituía a don Luis Vives. Durante unos segundos pareció inspeccionarme como si con un concienzudo análisis visual pudiera determinar mi cualificación. Por fin me hizo pasar. La tarde se ennegrecía a mis espaldas por un tropel de nubes carbonosas que avanzaban desde el oeste. Cerró la puerta y me condujo por una amplia escalinata que me recordó la de los Doce Robles.

domingo, 13 de marzo de 2011

Canarias en la Literatura Universal


Emily Dickinson, Tenerife y El Teide










La poeta estadounidense, nació en Amherst, condado de Hampshire, Massachussetts en 1830 y falleció en 1886, en la misma casa y lugar donde vio la luz por primera vez. Pertenecía a una destacada familia de Nueva Inglaterra, puritana y de hombres de leyes. Recibió una educación relevante para su época y condición, y mostró, desde el principio, inclinación hacia las letras. Inició su formación en la Academia de su ciudad natal y continuó en Mount Holyyoke. Allí tuvo un enfrentamiento con el dogmatismo calvinista y no regresó al curso siguiente.
Llevó una vida de estudio, de relaciones sociales, paseos, visitas hasta los 31 años, a partir de ese momento se encerró en su casa familiar y no volvió a salir. Se dedicó únicamente a escribir y su conexión con el exterior fue a través del canal epistolar. 
Sobre su reclusión voluntaria se han formulado diferentes conjeturas. Por un lado, era frecuente en su época que las mujeres desarrollaran la mayoría de sus actividades en el interior del hogar puesto que se les adjudicaba el papel de guardianas y veladoras de las buenas costumbres, la moral y la salud del hogar. Por otra parte, también se ha especulado con el objeto secreto de la mayoría de sus poemas, dos amores ocultos. Se cree que su padre le prohibió mantener relaciones con un estudiante de Derecho y, más tarde, pudo haberse enamorado de un pastor protestante casado, y cuya materialización sentimental se la supone inexistente. Otras teorías apuntan a la cercanía y confidencialidad con su cuñada y amiga Susan Huntington Gilbert, escritora, poeta, viajera y editora.
Desde el siglo XIX hasta hoy, se ha editado una amplia bibliografía que analiza estas circunstancias, como también alguna afección psicológica de la autora. Lo que, sí, denota es su alto sentido de la intimidad y de resguardar su vida personal. Su viaje más largo fue a Boston cuando acudió a la consulta de un oculista.
Emily Dickinson desarrolló su amplia producción poética desde el silencio y sólo un círculo muy reducido estuvo al tanto de sus creaciones literarias, en especial su hermana Vinnie. La mayoría de su obra fue publicada póstumamente y, en vida, sólo se conocieron cinco poemas, algunos contra su voluntad y otro sin constar su nombre.
Su poesía habla de Dios, del cielo, del alma, de la redención, del paso por la vida y de la muerte, no como un fin sino como medio de retorno al principio, al hogar. Simbólicamente relacionado con el ciclo del día: la mañana, el mediodía, el ocaso. La sepultura como una liberación, no como una condena. En todo caso, la Biblia y la liturgia puritana impregnan buena parte de su poesía. Bien es cierto, que la mayoría de su obra derivaba de su incasable actividad lectora, de la que se nutría y en la que se inspiraba, así como de la naturaleza y su meticulosa observación. Conoció y admiró las obras de Ralph W. Emerson, Nathaniel Hawthorne, las hermanas Brontë, Elizabeth Barret Browning, William Shakespeare, Coleridge, Wordsworth, Keats, Dickens, etc.
Emily Dickinson escribió alrededor de 1775 poemas. La estrofa básica es el himno bíblico o la balada constituida por cuatro versos. Son pocas las construcciones que superan los ocho versos. La rima y el ritmo están basados en la musicalidad de los cantos de la Biblia. Su lenguaje era preciso y uno de los aspectos más significativos fue el uso de términos grecolatinos para las ideas e ingleses y alemanes para las percepciones, tal y como señala Alan Tate.
Su obra fue publicada de forma fragmentaria y no siguiendo una ordenación cronológica lo que generó controversias a la hora de analizar su evolución lírica. Por otra parte, al no editar en vida, su obra no fue revisada, retocada, suprimida, añadida e incluso hay poemas inacabados. La contrapartida es conocer la obra desde la concepción primigenia de la autora, sin limar, al lector. Aunque su editor y amigo epistolar Thomas W. Higginson, no se sustrajo a la tentación de modificar algunos de sus poemas.





Emily Dickinson escribió: para viajar lejos no hay mejor nave que un libro. Y esta máxima debió seguir cuando compuso este poema, de una isla situada al otro lado del Atlántico, que nunca visitó y de un volcán, que jamás contempló a corta distancia. En el siglo XIX, sobre todo a partir de la segunda mitad, en plena época victoriana, hubo en ciertos sectores de la clase media y alta y en las mujeres, en particular, un deseo por viajar y conocer lugares más allá de Gran Bretaña. Singlaban en barcos a lejanos y exótico países y/o a emplazamientos próximos. Sus motivos no sólo fueron comerciales y mercantiles. Muchos de estos hombres y mujeres, retrataron con su mirada, a través de la pintura o la escritura, paisajes, vegetación, arquitecturas, costumbres, detalles pormenorizados de las sociedades que conocieron. En ese contexto, Canarias fue un lugar, nuevamente en la historia, de encrucijada y de lugar de encuentros. Viajeros que iban o venían de Europa, África, América, Asia y Oceanía. Buena parte de ellos, especialmente las damas victorianas, (pintoras, dibujantes, escritoras) realizaron un detallado documento gráfico y literario de las Islas de esa época. Escritoras, pintoras y viajeras como Anne Brassey, Marianne North, Elizabeth Murray, etc, Es fácil, por tanto, imaginar y deducir que Emily Dickinson, lectora voraz, estuvo al tanto de la literatura de viajes por prolija por aquellos años. La autora estadounidense debió tener acceso a algún relato y/ ilustración del volcán que emerge de Tenerife a 3.718 metros de altura a nivel del mar: El Teide.   

Este Pico emblemático, hermoso bajo la nieve en invierno y volcánico y turgente en verano, conmocionó a la autora americana. Pensemos que Emily Dickinson no conoció el Parque Nacional, ni los colores tornasolados del amanecer, ni las estrellas insinuándose sobre su cono en las noches sin luna, ni las especies endémicas de su entorno, como tajinastes o violetas del Teide o el pinzón azul. Aún, sin viajar físicamente, fue capaz por medio de las naves de unos versos, y el mar de un poema, de navegar hasta la isla de la que hizo emerger su Teide literario.


Ah, Teneriffe - Receding Mountain-
Purples of Ages halt for You-
Sunset reviews Her Sapphire Regiments-
Day - drops you His Red Adieu -
Still clad in Your Mail of Ices-
Eye of Granite - and Ear of Steel -
Passive alike - to Pomp - and Parting -
Ah, Teneriffe - We’re pleading still -


DICKINSON, E.

- Poemas 1-600. Sabina Editorial. 2012
Poemas 601-1200. Sabina Editorial. 2013 
- Poemas 1201-1786. Sabina Editorial. 2015
- Cartas. Lumen. 2009
Cien poemas. Bosch, Casa Editorial. 1987
Poemas. Tusquets. 2006
Poemas a la muerte. Bartleby Editores. 2010
The poems of Emily Dickinson. The Belknap Press of Harvard University Press, 1999

CANDEL DE PUERTA, M., «Emily Dickinson», en: Letralia, nº 248, 7 de marzo 2011. http://www.letralia.com/248/ensayo01.htm
HORMIGA, M., «Dickinson y El Teide», en: Bienmesabe, Revista Cultural Digital, nº 93, 2006. http://www.bienmesabe.org/noticia.php?id=8337